¿Una imagen? ¿Mil palabras? ¡Basta!

Tranquilo, Neo: no TIENES que elegir una pastilla

Tranquilo, Neo: no TIENES que elegir una pastilla (Fotograma: The Matrix, Warner Bros.)

¿Qué es mejor, una imagen o mil palabras? Cuando esta conversación pasa de un contexto informal a uno profesional, y especialmente al de la formación, me pregunto hasta cuándo vamos a estar estancados en esta falsa dicotomía que tanto perjudica al sector.

En inglés, las expresiones “sucker’s choice” (la falsa premisa de que es necesario forzar una elección entre dos opciones) y “chicken or the egg” (la falsa premisa de que una cosa debe preceder a la otra) sintetizan perfectamente mi opinión sobre este tema.

Contexto

Siempre que pregunto a un profesional de formación qué es lo más innovador que ha hecho, obtengo una respuesta distinta. En algunos casos es la implementación de un nuevo LMS, una integración, o la introducción de una plataforma social de aprendizaje. Otras respuestas describen procesos de análisis, diseño de intervenciones o captura de indicadores que evidencian cambios en la organización.

¿Innovador? Todo depende del contexto. (Foto: http://www.beamicrohero.com/)

¿Innovador? Todo depende del contexto. (Foto: http://www.beamicrohero.com/)

Todas las respuestas son indiscutiblemente innovadoras, aunque muchas podrían ser, a ojos de otras organizaciones, obsoletas o simplemente estar muy lejos de constituir una innovación. El motivo, por supuesto, es el contexto: el valor de las cosas depende del enclave donde aparecen.

Ejemplos y contraejemplos

Por eso me parece fútil el uso de ejemplos para tratar de demostrar un extremo u otro de una falsa dicotomía. J Carlos Arroyo apunta en su blog que la imagen de Aylan Kurdi no dice nada sin la ayuda de palabras.

¿No dice nada? ¿Dice bastante? ¿Dice suficiente? (Foto: Wikimedia Commons)

¿No dice nada? ¿Dice bastante? ¿O dice suficiente? (Foto: Wikimedia Commons)

Visualicemos (no tengo la imagen, lástima) un bosque en terreno escarpado, con árboles perennes de follaje denso, aunque deja entrever el horizonte, también accidentado. Delante hay un lobo, enseñando los colmillos, con las orejas bajas, patas flexionadas, con la actitud -difícil de describir con palabras, pero inequívoca para casi todo ser vivo- que precede a un ataque. A la derecha hay una zanja natural, por donde quizá discurre el agua, aunque no se ve por la cantidad de maleza muerta. A la izquierda, un pino estrobo corta el paso con sus enormes ramas extendiéndose horizontalmente a ambos lados.

En fin, es muy difícil describir la escena, y sin embargo, en caso de tenerla delante de mis ojos, concluiría en una fracción de segundo que mi única vía de escape es trepar las ramas del pino que tengo a la izquierda. Si fuera un mono, analfabeto, sin uso de la palabra, habría llegado también a la misma conclusión en el mismo periodo de tiempo. Sin palabras. Pero si el mono o yo hubiéramos tenido que leer el párrafo anterior, probablemente ya tendríamos los colmillos del lobo clavados en la carne.

Por cada ejemplo que ensalza la palabra, se puede aportar un contraejemplo que hace lo propio con la imagen. No terminaríamos nunca. Lo que más me preocupa de este post es que insinúa que somos incapaces de interpretar una imagen sin la ayuda de palabras, y peor aún, que “una imagen sin palabras no tiene ningún valor”. Supongo que en Pinterest (70 millones de usuarios) e Instagram (300 millones de usuarios) no estarán de acuerdo. Si vivieran, también me gustaría saber la opinión de Da Vinci y Sorolla.

Evidencia

En el ámbito de formación de empresa, los empleados consumen información gráfica con avidez. Buscan, ven, analizan, comprenden y recuerdan imágenes con facilidad. Es, como digo en otro post, un lenguaje innato y gratuito. Es una observación que se repite en cada taller, con cada sesión, con cientos de empleados. Evidencia pura y dura.

El uso de imágenes elegidas o diseñadas expresamente para estimular el recuerdo es claramente efectiva: la gente llega incluso a referirse a un concepto por la imagen que he usado, no por su nombre. Lo mismo ocurre en técnicas de solución de problemas: la visualización desbloquea, acelera y mejora el proceso. Por supuesto también uso imágenes para evocar un concepto concreto, una idea vaga, para iniciar una discusión, un debate, creatividad. Las imágenes funcionan, y muy bien. Con y sin palabras.

No tenemos ese lujo

En un contexto tan competitivo, variado y difícil como el de la formación, donde necesitamos mejorar el rendimiento de la organización empleando para ello el menor tiempo posible del empleado, considerar la imagen como medio de comunicación inferior o incompleto es un lujo del que yo, personalmente, creo que no dispongo.

Mi Introducción a la psicología de Atkinson y Hilgard. De lectura recomendada, pero sin perderse en sus palabras.

Mi Introducción a la psicología de Atkinson y Hilgard. De lectura recomendada, pero sin perderse en sus palabras.

No tengo el lujo de perderme en laberintos filosóficos que desgranan si una imagen es real o imaginaria, o la posible ambigüedad interpretativa de la imagen (como si el texto no fuera susceptible de ambigüedades) y mucho menos prescindir de las imágenes basándose en estas cábalas. No; cuando hay que analizar, diseñar, implementar soluciones, obtener y presentar resultados (todo ello real, no imaginario), no queda tiempo para estos lujos.

Todos somos bilingües. Hablamos con palabras, y hablamos con imágenes. Colegio y universidad desarrollan la palabra y dejan atrofiar el lenguaje visual. Dado este claro desequilibro del que partimos (el contexto) toda proposición que defienda el uso de la palabra frente a la imagen me parece contraproducente; afirmar que la imagen es inútil sin palabras, irresponsable.

Madurez

En nuestro ámbito de la formación, considero un síntoma de madurez el bilingüismo palabra/imagen que sabe encontrar el mensaje más efectivo para cada contexto. Y por supuesto, el destierro de esta falsa dicotomía: ¿Una imagen o mil palabras? No, por favor. Basta.

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